El espacio que todo organismo dotado de movimiento necesita para su desarrollo se denomina Territorio. En el caso de los seres humanos, es donde se crean contenidos simbólicos con significados culturales. El fin es determinar la formación de los organismos que lo habitan. El psicólogo del animal, Heini Hediger, sostuvo que la territorialidad garantiza la propagación de la especie al regular la densidad de la población. Ahí, se coordinan todas las actividades colectivas que mantiene unido al grupo, es donde se produce la comunicación en salvaguarda de los intereses ante cualquier tipo de amenazas externas.
El ser humano es territorial -sostiene el antropólogo Edward T. Hall-, por ello ha ideado muchas maneras para preservar lo que considera su espacio (distancias zonales). Aparte del considerado espacio colectivo o grupal -que se puede considerar como una macroesfera-, existen microesferas que cada miembro del grupo protege. El estudio de la proxémica analiza cuáles son dichas distancias zonales que deben respetarse, pues de no hacerlo, se generan comportamientos agresivos o desagradables entre los organismos.
En las reuniones sociales, las distancias se acortan a causa del contexto, hay gestos que están permitidos, porque están avalados por las circunstancias. Por ejemplo, en el contexto de una reunión social, el hecho de que un extraño mire a alguien no es un signo de alerta, puesto que se actúa bajo la lógica que si ambos están en el mismo lugar, deben tener algo en común, como por ejemplo conocer al dueño de la casa; aunque eso no signifique que no existan distancias que se deban respetar.
Los seres humanos somos organismos sociales, por ende manejamos distancias menos marcadas que los animales (en el caso de la distancia crítica y de huida), así como protegemos nuestra esfera privada, también buscamos establecer vínculos con el grupo, puesto que la sensación de perder contacto con el mismo nos genera ansiedad. Al decir esfera privada me refiero a la distancia personal que funciona como el espacio que el organismo delimita para su propia comodidad, aquella que es atravesada sólo por alguien íntimamente vinculado. Tomando el ejemplo de la reunión social, se trasgrede -la distancia personal- cuando alguien decide hablar con alguna persona que recién conoce, pero al hacerlo se acerca demasiado; esta acción puede producir el efecto no deseado, interpretándose como una invasión, concluyendo en el rechazo.
El mejor consejo es respetar y analizar el lenguaje corporal de la persona a la cual se aborda, puesto que, dichas señales, pueden indicarnos lo que está bien y permitido, de lo que no. Lamentablemente, existen muchas personas que no sólo desconocen esto, sino que son sumamente incapaces de reconocer los gestos emitidos por los interlocutores, sobre todo aquellos que denotan un claro rechazo.
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